sábado, 29 de octubre de 2011

Pavor de un inocente.

Miedo, temor, pánico; ¿ilusiones?, ¿aspiraciones?.

Impera la ley del más fuerte; te debilitan, te humillan, tratándote como la mierda, te infravalorizan, te sitúan a la altura del betún. Pero tu lo permites, ¿por qué? ¿quienes son ellos para hacerlo?

Lo haces por convencimiento, te repiten varias veces lo mismo, hasta el aburrimiento, hasta que te acabas convenciendo tu mismo de algo que no es verdad, te hacen llegar a un convencimiento de algo ficticio, de una mentira.
Recreas esa idea en tu mente, una y otra vez, una y otra vez, hasta que la asocias y haces que sea parte de ti; una mentira vuelvo a decir. Afectándote psicológica y físicamente, agotándote,...

Vives en tu propio sueño, te abstraes centrándote solo en eso, te obsesionas, creas tu propia ilusión. Quedas falto de voluntad y sobrado de amargura. Sin embargo la gente a tu alrededor no lo vé, o no lo quiere ver, sin motivo alguno ésto último. Y ¿por qué?.

Eres no culpable, no das pistas, ni pruebas de nada, ni de la bula que se han inventado, ¿por qué les gusta jugar a los adivinos? Lo próximo será echarte las cartas sobre otra mentira, y así sucesivamente, llegando a una cadena o a un círculo vicioso por adición de muchas de éstas. Y ¿por qué?


No hay respuesta, puede que por envidia, o tal vez por celos o apariencia de valor, para crear así un falso estereotipo de ellos mismos adjudicandote directa o indirectamente otro a ti a su vez. Quizás sean los celos los que tengan la culpa, tal vez la poca autorrealización del emisor de dicha falacia. De lo malo malo, "Es mejor ser envidiado que apiadado".

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