sábado, 31 de diciembre de 2011

Hasta nunca 2011.

Se va un año, y con el 365 días, 12 meses e infinidad de momentos vividos.
La verdad es que nunca me gustó el número 2011, a diferencia de 2012 que si que lo hace.

Dos mil once, has sido un año normal tirando a malo, no me has gustado mucho sinceramente, si que es verdad que hay en ti momentos inolvidables en esos 365 días que no me gustaría que se perdiesen, ni los momentos ni las personas que hay en ellos.
Dos mil once, nunca nos caímos bien, admitelo, yo ya lo tengo asumido.
Dos mil once, fuistes el año en el que cumplí 17, me dejastes a un paso de la mayoría de edad, te odio
Dos mil once, me produjistes cambios de todo tipo, en ti queda el final de mi adolescencia y comienza el principio de mi juventud.
Dos mil once, he de agradecerte poco, he de reprocharte más.
Dos mil once, espero que la suerte que he tenído en ti, en ese año imparmente poco atractivo, cambie en el año que te procede, lo deseo con todas mis fuerzas, de verdad.
Dos mil once, tengo que confesarte algo, desde el principio me dabas miedo, me dejabas ver cosas que yo no quería, no eran de mi agrado; nunca me caístes bién.
Dos mil once, te odio.
Dos mil once, gracias solo por hacerme conocer a esas personas que ahora forman parte de mi vida; aún así sigo odiándote.
Dos mil once, nunca me cansaré de reprocharte cosas.
Dos mil once, aún quedan unas horas para que te vayas, pero estoy deseando yá que los relojes de la casa marquen las 00:00:01 y que se oigan las campanadas de la Puerta del Sol de Madrid lo antes posible.
Dos mil once, vete. Estoy deseando que se ponga el Sol de tu último día y que salga la Luna de la primera noche del doce.
Dos mil once, ¿por qué no te vas?.
Dos mil once, juro que esta noche bailaré hasta reventar si es necesario, bailaré como nunca he bailado, y solo para celebrar que te vas, pisaré el suelo de la discoteca como nunca antes lo he hecho, lo juro.
Dos mil once, dicho ésto...

Hasta nunca.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Trastorno obsesivo-compulsivo.

Solo se oye el ruido de los semáforos entre tarto silencio nocturno. Voy por la calle, si, es de noche, no hay nadie en la vía pública, ni en la acera, se ven sombras difuminadas gracias a la luz borrosa de las farolas poco nítidas que son cubiertas por la niebla.
 Se oyen pasos, ahora no, se oye una carraspera, ya no. Se me erizan los pelos y padezco escalofríos.
Comienzo a andar, rápido, mirando de un lado para otro. Estoy asustado, tengo miedo. Algo me sigue, ¿o no?, ¿estaré delirando?, lo dudo; pero puede que si que lo esté.
 Creo que me inquieta algo.
Quizás es que no soy psicológicamente estable.
Alomejor es que mi imaginación me supera.
¿Quién sabe?.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Caminante, no más hay camino...

... retrocede sobre tus pisadas.

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